La crisis global es conocida desde hace décadas, sin haber generado realmente alternativas de impacto sostenido en la mayoría de los temas. Tal como lo plantea Gámez (2008)
“En el 2002, a diez años de la Cumbre de Río, se realiza la Cumbre de Johannesburgo: “Río + 10”. Esta segunda cumbre constata el fracaso mundial en la búsqueda de un modelo de desarrollo sostenible. En esa década, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, los dos indicadores objeto de acuerdo en Río, incrementaron sistemáticamente su deterioro”
Incluso ahora, luego de la cumbre de Río+20, el mismo Secretario General de las Naciones Unidas ha manifestado que “nuestros esfuerzos no han estado a la altura de la medida del desafío”
Pareciera ser que hoy más que nunca estamos informados de los problemas ambientales que genera nuestra especie. Del equilibrio que rompemos cada año con nuestra huella ecológica y el agotamiento de los recursos de las generaciones venideras. Sin embargo, este nivel de información no se traduce tan fácilmente en acciones concretas, por parte de los Estados o del sector corporativo, incluso tampoco tan claramente en el plano de lo individual.
En este sentido, se nos plantean dos posibles explicaciones: “Las personas contaminan porque no tienen la integridad moral y ética para evitar el tipo de comportamientos que causan la degradación ambiental. Ante esta situación se presenta un problema mayor, los asuntos ambientales son demasiado importantes y urgentes como para esperar un largo proceso de educación y reconstrucción moral” (Romagnoli, 2007)
Por otro lado, el mismo Romagnoli (2007) argumenta que las personas contaminan porque ésta es la forma más económica que poseen para resolver un problema práctico muy común. Este problema consiste en la eliminación de los productos de desecho que quedan después de que los consumidores han terminado de utilizar algo, o después de que las empresas acaban de producir los bienes.
Es decir, las personas que toman acciones específicas a favor del ambiente, especialmente en lo que tiene que ver con su nivel de consumo, se podrían dividir en dos grandes grupos: Los que desconocen o ignoran por acción u omisión, los valores vinculados con la sostenibilidad, y los que –conscientes de estos valores- deciden a partir de criterios económicos, aún y cuando estén adquiriendo productos o servicios con alto impacto ambiental.
En el caso de Costa Rica, según el estudio “Perfil del Consumidor 2014”, del semanario de negocios El Financiero, se concluye que: “El porcentaje de personas que compran un producto o servicio a partir de analizar si la empresa contamina o no, pasó de un 56% en el 2013 a un 41% en el 2014”.
Por el contrario, las decisiones de compra en general -según el mismo estudio- se toman más a partir de criterios como el precio, por encima del elemento ambiental.
Dicho lo anterior, surge una clara alternativa: ¿Cómo generar bienes y servicios que no solo sean ambientalmente amigables sino que puedan competir en el mercado a partir de mejores precios y otros factores reconocidos y valorados por el consumidor?
El desarrollo tecnológico influye enormemente en los procesos de producción. La adquisición de nuevas tecnologías en la industria, se trata de una inversión en el largo plazo. Los beneficios de estas decisiones no se ven en corto plazo, es decir que la empresa debe asumir la inversión y tener capacidad para esperar resultados. Esto limita sin duda alguna el que las pequeñas y medianas empresas adquieran tecnologías ambientalmente amigables y que por lo tanto ofrezcan productos verdes de calidad y a menor precio.
Son las reglas de mercado las que están determinando los avances o retrocesos en la crisis global. Como plantea Azqueta (2007) es el mercado el que informa sobre el valor de una gran cantidad de bienes y servicios, y el que organiza en consecuencia su proceso de producción y distribución.
Por tanto, no se puede pretender que sea, por un mecanismo distinto al del mercado, que se van a contribuir con la solución de los problemas.
A esta problemática debemos agregarle la necesidad de asignarle valor a los recursos naturales obtenidos por las empresas e individuos. El ejemplo que más fácilmente viene a la mente es el de la industria del agua embotellada. Según “The Story of Stuff Project” en su corto “La Historia del Agua Embotellada”, el precio del agua en botella es unas 2.000 veces mayor que el precio del agua del grifo en Estados Unidos, y no necesariamente es más limpia.
Surge entonces la duda: ¿Cuánto vale un litro de agua? En el caso costarricense, la tarifa residencial de acueductos para una zona en particular, estima el costo de 15 metros cúbicos de agua (15.000 litros) en alrededor de 219 colones. O lo que es lo mismo, el costo de 1 litro de agua residencial es de 0,014 colones por litro.
En el mercado costarricense, una botella pequeña promedio (menos de medio litro) ronda alrededor de los 400 colones. En otras palabras, en Costa Rica 1 litro de agua embotellada, cuesta lo mismo que 30.000 litros de agua del grifo (obtenida de los mismos mantos del agua embotellada, de las mejor tratadas de la región e igual de segura que el agua de botella según estudios)
En el siguiente cuadro, el Instituto Costarricense de Acueductos y Alcantarillados nos muestra la situación que se daba en 2005:
Tomado de: “Estudio Aguas Envasadas: calidad y comercialización en Costa Rica, Laboratorio Nacional de Aguas. Instituto Costarricense de Acueductos y Alcantarillados (2005)
En el caso de un recurso de primera necesidad como el agua ¿Debería el Estado otorgarle un valor de uso mayor? ¿Cómo debería cobrarle a las empresas embotelladoras el valor del recurso? ¿Cómo pueden compensar al Estado las empresas que generen utilidad a partir de un bien público que envasan y luego venden con márgenes astronómicos?
Los retos en materia de sostenibilidad y dotación de valor de los recursos naturales son enormes, sin embargo, en la medida en que los consumidores estén cada vez mejor informados, y tengan acceso a productos y servicios ambientalmente amigables y a precios competitivos, entonces nos estaremos acercando de mejor forma a las soluciones profundas que requieren nuestros sistemas productivos para paliar la crisis global.
Fuentes Consultadas: